miércoles, 5 de septiembre de 2012

El día que nació el Gurruño

     El día que nació el Gurruño era lunes y hacía mucho frío. Sí, exactamente, ese lunes que tenía que llevarle la ecografía a la tocóloga de Alto Riesgo. Me levanté tranquilamente por la mañana, cogí todos mis papeles y me fui al GHP con una de mis tías, entre otras cosas porque (ella) opinaba que a esas alturas (yo) no debía ir sola a ninguna parte. Acabó siendo uno de los días más surrealistas de mi vida. Tenía cita a las once de la mañana y a las once y media de la noche me habían sacado a mi hija y se la habían llevado. Pero no adelantemos acontecimientos, vayamos paso a paso.

     La doctora miró la eco que llevaba, me hizo otra en la consulta y me dijo "bueno, pues te vas a quedar ingresada para que te empiecen a provocar el parto esta tarde y, si mañana no te has puesto de parto, te ponemos oxitocina". Así, sin más, sin una explicación, casi sin mirarme a la cara. Yo no entendía nada y me eché a llorar, cosas de las hormonas, supongo. Pero no protesté, ni pregunté si había alternativas:  las niñas buenas que se fían de que los médicos son los que saben y que no harán nada que te dañe no protestan ni piden alternativas. Después de llamar a mi madre y a mi marido fuimos a ingresarme en Preparto. Ingresarse a uno mismo no deja de resultarme chocante.
     
     Preparto resultó ser una habitación con dos camas separadas por una cortina. Por la otra cama pasaron dos chicas que sí estaban de parto y tenían contracciones mientras yo esperaba. A mí vinieron a verme unos médicos y me dijeron que ellos pensaban que era mejor provocar el parto esa misma tarde, pero que tenían los paritorios llenos y que tenía que esperar. No protesté, ni pregunté si había alternativas, ni el por qué del cambio de criterio sin haberme hecho ni una prueba, ni siquiera alguna pregunta. Vinieron, informaron, y se fueron. Y la niña buena que había en mí (espero haberla echado de una vez) les dejó hacer sin oponer la más mínima resistencia. Llegó mi marido y se fue mi tía. También vinieron mis suegros, que pretendían quedarse en la sala de espera (menos mal que les convencimos de que se fueran  a casa) y que me trajeron unas revistas de pasatiempos. De vez en cuando pasaba alguna enfermera a ver como estaba. "Bien, gracias, yo es que no estoy de parto, me lo van a provocar. ¿Puedo comer?". "No, si te lo van a provocar no puedes comer". Así que ahí estuve, con mi marido, aburrida como una mona y muerta de hambre. ¡Ah! Y con un lindo enema "de rutina" de regalo (comer, no, pero des-comer sin problemas).

     Por fin (serían las siete de la tarde o así) quedó un paritorio libre y nos hicieron pasar. Me puse el camisón, me cogieron una vía para ponerme la oxitocina y me pusieron las correas para monitorizar al Gurruño. La nena debía estar inquieta y cada vez que se movía se perdía el latido y venía una matrona a buscarlo. Una de las  veces, justo cuando mi marido había bajado a cenar, vinieron varios médicos bastante nerviosos que hasta se trajeron un ecógrafo para buscar a la niña. "Quédate así y no te muevas. ¿Tienes contracciones?". "No que yo note". "Pues te subimos la oxitocina". Al rato, "ahora sí tienes contracciones, están aquí en el gráfico". "Pues yo no noto nada".

     Pasó otro rato más y vino otra matrona que parecía más importante y que me explicó que el parto ni arrancaba, que querían acelerarlo con más oxitocina y a lo mejor romperme la bolsa, por lo que me recomendaba que me pusiera la epidural porque "me iba a doler mucho" (y mucho debía doler cuando lo más que suelen decir los médicos es "esto puede ser un poco incómodo"). Como soy era una niña buena no pregunté ni por qué, simplemente firmé el consentimiento para la epidural (al menos esto no lo hice a ciegas del todo: me lo había leído previamente e incluso había asistido a una charla en el GHP). Con respecto al anestesista, mi más sincera enhorabuena. Me daba bastante miedo el pinchazo, y practicamente no me enteré.

     Con la anestesia puesta subieron el gotero de oxitocina a tope. Ahi si noté alguna contracción pero ya no me dolía nada, así que era como si le estuviera pasando a otra persona. En un momento dado pensé que me había hecho pis encima pero no, es que habia roto aguas. La siguiente vez que vinieron a verme, como habia roto aguas y el cuello de mi útero apenas había dilatado un centímetro, me recomendaron una cesárea pues  dijeron que la niña no iba a aguantar con garantías un parto tan largo como se preveía.

    Fue decir que si (las niñas buenas, ya se sabe, no preguntan, no cuestionan) y empezar el descontrol. De repente me vi rodeada de personas haciendo cada una una cosa diferente:  ponerme más anestesia, desconectar el gotero, rasurarme, tomarme la tensión,... No pude ni siquiera decirle hasta luego a mi marido. 

     Llegamos al quirófano, que estaba al lado, y me iban explicando algunas cosas, como que no iba a sentir dolor pero que podía sentir presión y tirones. Me ataron los brazos a una especie de mesitas y me dieron oxígeno con una mascarilla. Protesté porque me picaba en la garganta y me hacía axfisiarme un poco (por fin un destello de rebeldía), pero me dijeron que la nena lo necesitaba, y lo cierto es que me acostumbré muy rápidamente (un destello muy breve). Todos eran amables y preguntaban cómo se iba a llamar la niña y me decían que estuviera tranquila.

     A pesar de ello hubo un momento que me puse un poco (bastante) nerviosa. Todo el que entraba preguntaba que por qué era esa cesárea y la cirujana contestaba "por riesgo de pérdida. Otra vez, ya lo he dicho siete veces, por riesgo de pérdida. Verás como ahora viene el pediatra y vuelve a preguntar". Le dije que además eso del riesgo de pérdida sonaba fatal. Me miró y me tranquilizó, dijo que no era riesgo de pérdida de mi niña, sino riesgo de pérdida de bienestar fetal. ¡Menos mal! Pero aún así, no sé, podían haber tenido en cuenta que estaba despierta y explicármelo sin necesidad de que preguntara, ¿no?

     A los pocos minutos la sacaron por encima de la cortinilla esa que había para que no viera como me rajaban, y ¡lloró ella solita! Y pensé que entonces todo iba a ir bien, que sus pulmoncitos estaban estupendamente. La llevaron a pesarla (1950 gramos y 43 centímetros) y me la acercaron envuelta en una toalla y con un gorrito para que le diera un beso en la frente, y se la llevaron. Debía estar muy atontada por todas las emociones del día porque ni siquiera protesté. Las niñas buenas (y anestesiadas, hambrientas y cansadas), ya se sabe.
     Como era casi medianoche me llevaron a Reanimación hasta la mañana siguiente. A mi marido lo mandaron a casa. Y mi pobre Gurruño tuvo que pasar su primera noche de vida sola en una fría incubadora, lejos de su mamá y de su papá. Aún lloro cuando lo recuerdo y no sé si alguna vez dejaré de hacerlo.

4 comentarios:

  1. Jo, casi lloro cuando lo he leído :-(

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    1. Pues eso me pasa a mí, que aún lloro cuando lo escribo, o lo leo, o pienso en ello... pero al menos ya no lloro todo el rato :-) Lo cierto es que al menos en el trato todo el mundo fue bastante amable (he leído algunas historias de terror de cirujanos hablando de sus vacaciones o matronas insultando a la pobre chica que está de parto que tienen tela) y, si bien los primeros días estaba bastante contenta con el trato que había recibido, en retrospectiva me siento como si me hubieran tratado como a una niña pequeña a la que no se le explica nada.

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  2. Los medicos casi siempre olvidan que lo que para ellos son procedimientos rutinarios para los demás son experiencias traumáticas... Lo de dejar a tu bebé en una incubadora es tremendo, lo sé de primera mano

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  3. No sabía que Irene había estado en la incubadora, ¿qué le pasó?

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