martes, 11 de septiembre de 2012

Tocada, ¿y hundida?

     El domingo mis padres y mi marido tuvieron un broncazo de impresión con motivo de la alimentación del Gurruño. Mis padres son médicos los dos (él de atención primaria, ella de inspección) y están empeñados en que la nena no come suficiente.

     En un principio pensaba tratar de no darle (prácticamente) nada de papillas, es más, tenía pensado escribir una entrada sobre un método llamado baby-led weaning que consiste, básicamente, en que el bebé se alimente solo y de alimentos "normales" desde el principio (para más información, dado que no sé si al final escribiré la entrada o no, mirar aquí). Pero a mis padres les daba mucho miedo que se atragantara y en realidad no querían ni escucharme ni ver que la niña no se atragantaba (mis suegros lo llevan algo mejor, les hace hasta gracia, aunque dicen que el puré irá después ¿no? que como juego bien, pero como alimentación...). Aquí jugaron su primera carta del niño muerto: el atragantamiento y la aspiración bronquial.

     Además había algunos alimentos que no me apañaba en dárselos enteros (como la manzana o los cereales mientras no estaba tomando gluten) y viene una chica a cuidarla por las mañanas mientras yo trabajo (y a ella le resulta más fácil el puré, aparte de que el Gurruño come genial con ella). Total, que empezamos a darle algunas papillas: cereales por la mañana, verduras (solas o con carne o con lentejas) a mediodía y fruta por las tardes (entera o machacada con el tenedor).

     Pero eso tampoco fue suficiente. No valían las cantidades (aunque realmente no preguntaron cuáles eran) ni las formas (las frutas hay que darlas todas juntas y no vale machacarlas con el tenedor) ni los tiempos (los horarios tienen que ser rígidos como en un cuartel, si llora de hambre te aguantas y la engañas con agua- ¿pensarán que la niña es tonta?-, y la papilla antes que el biberón porque el biberón no alimenta (???) ). La segunda carta del niño muerto fue la que hizo estallar la chispa.

     Y es que mi madre dijo algo así como "la niña es responsabilidad vuestra hasta que le pase algo malo, ¡y entonces ya veremos!". El padre de la criatura lo entendió como una amenaza de que pretendían quitarnos la custodia (a ver si alguien había pensado que yo soy la única mari-dramas que exagera y saca las cosas de quicio) y contestó que hasta entonces se callara. Mi padre, que sólo había oído a mi marido porque estaba con el taladro, perdió los papeles,... Resultado: mis padres se fueron muy airados, llevo sin hablar con mi madre desde entonces, estuve al teléfono con mi padre ayer tres cuartos de hora (lo cual es aún más raro que lo anterior), y un manual que la OMS propone como libro de texto para estudiantes de medicina en el e-mail.

     Con el manual en la mano interpreto que el Gurruño come más que suficiente, si bien hay cosas que hemos hecho mal y no tienen remedio (abandono temprano de la lactancia, comienzo con la fruta a los cinco meses en lugar de esperar hasta los seis para introducir cualquier tipo de alimento distinto de la leche) y cosas que podríamos mejorar (echar aceite en los purés y dejarnos de verduritas y darle más carne). Sin embargo, leyendo las mismas palabras mi padre dice que llevamos dos meses de retraso porque teníamos que haber empezado a los cuatro meses y que está comiendo poquísimo porque no llega a lo que está recomendado alcanzar a los ocho meses (normal, aún no tiene siete y además está como dos kilos por debajo del peso medio de una bebita de su edad). Por lo tanto no sé si es que no sé leer o qué.

     Lo peor es que han conseguido transmitir sus miedos a mi marido y ahora quiere cebarla. Resulta que el manual dice que los bebés entre 6 y 8 meses deben tomar 2 ó 3 comidas al día y, dependiendo del apetito del niño, 1 ó 2 meriendas adicionales. Pues bien, el Gurruño hace como 2 tomas de alimentos sólidos (supondremos que la de la mañana y la de la tarde son sólo media cada una, la del mediodía la hace bastante bien e incluso llega ya a las cantidades del manual) y alguna merienda de vez en cuando (una galleta, un trozo de pan, un gajo de naranja,...). Pues bien, él ha decidido que mejor tirar por lo alto, y anoche le dio puré para cenar, y esta mañana le hemos echado fruta a la papilla de cereales.

     Y yo siento que me he rendido, que me da igual, que decidan los demás si yo lo hago todo tan mal. Lo que yo veo es que la niña antes te pedía probar lo que estabas comiendo cuando estaba en la trona y ahora no quiere coger ni su vasito de agua con asas (si tiene sed y se lo ofreces directamente abre la boca).

     Por cierto, una última duda: ¿alguien me puede explicar qué ventaja tiene la famosa papilla de frutas frente a tomar las frutas cada día una? Su enfermera dijo que podíamos mezclarlas como quisiéramos, pero mi padre insiste en que si no están todas las frutas no vale.

jueves, 6 de septiembre de 2012

El día que conocí al Gurruño

     Aunque lo habitual es conocer a tus hijos cuando nacen, en el caso de una cesárea esto no siempre es así. Y ni siquiera hace falta que la vida del bebé o de la madre corran peligro, o que (cada vez menos común, menos mal) que haya habido que usar anestesia general. No, en gran parte de los hospitales de este país (y por lo que me cuentan, no es el único) el sacrosanto protocolo indica que el bebé tiene que ir al nido y la madre a Reanimación durante un tiempo concreto. Como es algo terriblemente necesario para la salud de los dos los tiempos no son los mismos en cada hospital (aviso: la frase anterior era sarcástica, que por escrito puede no notarse). Y de las indicaciones de la OMS (Organización Mundial de la Salud, por si alguien aún no lo sabe) sobre el contacto piel con piel inmediato y el inicio precoz de la lactancia ni hablamos. Total, para qué, si como me dijo mi madre hace poco "esas recomendaciones son sólo para el Tercer Mundo".

     Bueno, que me voy por las ramas. A lo que iba. El día que conocí al Gurruño fue el día siguiente a su nacimiento. Sí, me la habían acercado para que le diera un besito pero (aunque suene horrible decirlo) no sé si la habría podido reconocer si me la hubieran puesto al lado de otros recién nacidos. La noche en Reanimación fue horrible, espantosa. Por un lado, no paraba de sudar (probablemente por efecto secundario de la anestesia). Por otro, era imposible dormir: las enfermeras pasaban a cada rato a hacer cosas (ver si el útero se iba contrayendo, revisar el gotero,...) y encima tenía un manguito puesto que me tomaba la tensión cada media hora y hacía un ruido espantoso al hincharse. Bueno, yo tenía uno y las otras ocho chicas (había sido una noche especialmente intensa en lo que a cesáreas se refiere) otro cada una de ellas, así que cuando no era el mío, era otro el que se estaba hinchando. En consecuencia, no paraba de llorar: por agotamiento, porque estaba sola, porque no sabía cómo ni dónde estaba mi niña,...

     Llegó el día siguiente con el cambio de turnos de las enfermeras, los saludos matutinos, los cotilleos,... Vamos, unas muy contentas porque habían dormido bien, y las otras muy contentas porque se iban a casa. A las de las camillas como que nos ignoraban. Bueno, a todas no, hubo una a la que vino una chica a visitarla, supongo que trabajaba en el hospital. Las horas iban pasando (o quizá fueran minutos, en cualquier caso, fue un tiempo eterno) y nadie nos decía nada sobre cuánto tiempo más tendríamos que estar allí. Por fin apareció la doctora que tenía que autorizar nuestras subidas a planta, pero se lo tomaba con muuuucha calma. Algunos familiares (entre ellos los míos) consiguieron hablar por teléfono con la unidad, pero la respuesta era siempre la misma: "sí, sí, ya está aquí la doctora, ya no tardarán en subirla a planta".

     Cuando por fin me subieron a planta debían ser las doce del mediodía (es decir, pasé unas doce horas en Reanimación, sin mucho más motivo que el que era de noche), no podía dejar de llorar, y ni siquiera sabía por qué. El neonatólogo pasó a verme y a decirme que el Gurruño estaba perfectamente pero en la incubadora. Mis padres bajaron con él y volvieron diciendo que tenía una niña preciosa, y con fotos para que la pudiera ver. Yo me sentía rarísima, la gente me felicitaba, mis padres y mi marido decían que era preciosa, y yo ni siquiera me lo acababa de creer.


     Por la tarde por fin me dejaron levantarme de la cama y que me bajaran en silla de ruedas a que la viera. Pero estaba dormida y no me atreví ni a cogerla por no despertarla. Volví a bajar más tarde y como estaba despierta la tuve un poco en brazos. Muy poco, me daba miedo hacerle daño, ¡era tan chiquitina!

miércoles, 5 de septiembre de 2012

El día que nació el Gurruño

     El día que nació el Gurruño era lunes y hacía mucho frío. Sí, exactamente, ese lunes que tenía que llevarle la ecografía a la tocóloga de Alto Riesgo. Me levanté tranquilamente por la mañana, cogí todos mis papeles y me fui al GHP con una de mis tías, entre otras cosas porque (ella) opinaba que a esas alturas (yo) no debía ir sola a ninguna parte. Acabó siendo uno de los días más surrealistas de mi vida. Tenía cita a las once de la mañana y a las once y media de la noche me habían sacado a mi hija y se la habían llevado. Pero no adelantemos acontecimientos, vayamos paso a paso.

     La doctora miró la eco que llevaba, me hizo otra en la consulta y me dijo "bueno, pues te vas a quedar ingresada para que te empiecen a provocar el parto esta tarde y, si mañana no te has puesto de parto, te ponemos oxitocina". Así, sin más, sin una explicación, casi sin mirarme a la cara. Yo no entendía nada y me eché a llorar, cosas de las hormonas, supongo. Pero no protesté, ni pregunté si había alternativas:  las niñas buenas que se fían de que los médicos son los que saben y que no harán nada que te dañe no protestan ni piden alternativas. Después de llamar a mi madre y a mi marido fuimos a ingresarme en Preparto. Ingresarse a uno mismo no deja de resultarme chocante.
     
     Preparto resultó ser una habitación con dos camas separadas por una cortina. Por la otra cama pasaron dos chicas que sí estaban de parto y tenían contracciones mientras yo esperaba. A mí vinieron a verme unos médicos y me dijeron que ellos pensaban que era mejor provocar el parto esa misma tarde, pero que tenían los paritorios llenos y que tenía que esperar. No protesté, ni pregunté si había alternativas, ni el por qué del cambio de criterio sin haberme hecho ni una prueba, ni siquiera alguna pregunta. Vinieron, informaron, y se fueron. Y la niña buena que había en mí (espero haberla echado de una vez) les dejó hacer sin oponer la más mínima resistencia. Llegó mi marido y se fue mi tía. También vinieron mis suegros, que pretendían quedarse en la sala de espera (menos mal que les convencimos de que se fueran  a casa) y que me trajeron unas revistas de pasatiempos. De vez en cuando pasaba alguna enfermera a ver como estaba. "Bien, gracias, yo es que no estoy de parto, me lo van a provocar. ¿Puedo comer?". "No, si te lo van a provocar no puedes comer". Así que ahí estuve, con mi marido, aburrida como una mona y muerta de hambre. ¡Ah! Y con un lindo enema "de rutina" de regalo (comer, no, pero des-comer sin problemas).

     Por fin (serían las siete de la tarde o así) quedó un paritorio libre y nos hicieron pasar. Me puse el camisón, me cogieron una vía para ponerme la oxitocina y me pusieron las correas para monitorizar al Gurruño. La nena debía estar inquieta y cada vez que se movía se perdía el latido y venía una matrona a buscarlo. Una de las  veces, justo cuando mi marido había bajado a cenar, vinieron varios médicos bastante nerviosos que hasta se trajeron un ecógrafo para buscar a la niña. "Quédate así y no te muevas. ¿Tienes contracciones?". "No que yo note". "Pues te subimos la oxitocina". Al rato, "ahora sí tienes contracciones, están aquí en el gráfico". "Pues yo no noto nada".

     Pasó otro rato más y vino otra matrona que parecía más importante y que me explicó que el parto ni arrancaba, que querían acelerarlo con más oxitocina y a lo mejor romperme la bolsa, por lo que me recomendaba que me pusiera la epidural porque "me iba a doler mucho" (y mucho debía doler cuando lo más que suelen decir los médicos es "esto puede ser un poco incómodo"). Como soy era una niña buena no pregunté ni por qué, simplemente firmé el consentimiento para la epidural (al menos esto no lo hice a ciegas del todo: me lo había leído previamente e incluso había asistido a una charla en el GHP). Con respecto al anestesista, mi más sincera enhorabuena. Me daba bastante miedo el pinchazo, y practicamente no me enteré.

     Con la anestesia puesta subieron el gotero de oxitocina a tope. Ahi si noté alguna contracción pero ya no me dolía nada, así que era como si le estuviera pasando a otra persona. En un momento dado pensé que me había hecho pis encima pero no, es que habia roto aguas. La siguiente vez que vinieron a verme, como habia roto aguas y el cuello de mi útero apenas había dilatado un centímetro, me recomendaron una cesárea pues  dijeron que la niña no iba a aguantar con garantías un parto tan largo como se preveía.

    Fue decir que si (las niñas buenas, ya se sabe, no preguntan, no cuestionan) y empezar el descontrol. De repente me vi rodeada de personas haciendo cada una una cosa diferente:  ponerme más anestesia, desconectar el gotero, rasurarme, tomarme la tensión,... No pude ni siquiera decirle hasta luego a mi marido. 

     Llegamos al quirófano, que estaba al lado, y me iban explicando algunas cosas, como que no iba a sentir dolor pero que podía sentir presión y tirones. Me ataron los brazos a una especie de mesitas y me dieron oxígeno con una mascarilla. Protesté porque me picaba en la garganta y me hacía axfisiarme un poco (por fin un destello de rebeldía), pero me dijeron que la nena lo necesitaba, y lo cierto es que me acostumbré muy rápidamente (un destello muy breve). Todos eran amables y preguntaban cómo se iba a llamar la niña y me decían que estuviera tranquila.

     A pesar de ello hubo un momento que me puse un poco (bastante) nerviosa. Todo el que entraba preguntaba que por qué era esa cesárea y la cirujana contestaba "por riesgo de pérdida. Otra vez, ya lo he dicho siete veces, por riesgo de pérdida. Verás como ahora viene el pediatra y vuelve a preguntar". Le dije que además eso del riesgo de pérdida sonaba fatal. Me miró y me tranquilizó, dijo que no era riesgo de pérdida de mi niña, sino riesgo de pérdida de bienestar fetal. ¡Menos mal! Pero aún así, no sé, podían haber tenido en cuenta que estaba despierta y explicármelo sin necesidad de que preguntara, ¿no?

     A los pocos minutos la sacaron por encima de la cortinilla esa que había para que no viera como me rajaban, y ¡lloró ella solita! Y pensé que entonces todo iba a ir bien, que sus pulmoncitos estaban estupendamente. La llevaron a pesarla (1950 gramos y 43 centímetros) y me la acercaron envuelta en una toalla y con un gorrito para que le diera un beso en la frente, y se la llevaron. Debía estar muy atontada por todas las emociones del día porque ni siquiera protesté. Las niñas buenas (y anestesiadas, hambrientas y cansadas), ya se sabe.
     Como era casi medianoche me llevaron a Reanimación hasta la mañana siguiente. A mi marido lo mandaron a casa. Y mi pobre Gurruño tuvo que pasar su primera noche de vida sola en una fría incubadora, lejos de su mamá y de su papá. Aún lloro cuando lo recuerdo y no sé si alguna vez dejaré de hacerlo.

Mi embarazo (y VI): derivación a Alto Riesgo


     Mientras tanto a nivel laboral me dieron otra sustitución en otra población de la zona sur. En principio era para el mes de enero (por eso la escogí, las otras eran más largas y pensé que era mejor que las cogiera alguien que se fuera a quedar todo el rato) pero resultó ser para diez días. Cuando terminó no tenían nada para mí y me propusieron volver al instituto a pasar las mañanas en la sala de profes hasta que me encontraran algo. Dado que era más de media hora de M30, que me quedaban tres semanas para salir de cuentas y que la susodicha sala de profes estaba permanentemente helada por los recortes en calefacción, lo que hice fue irme al médico y pedirle la baja por dolor de espalda (lo cual no era falso aunque si hubiera estado en un insti más cerca de casa probablemente lo habría aguantado).

     El ecografista del OHG vio que, efectivamente, la nena era chiquitita (ya había unas cuatro o cinco semanas de diferencia), pero que el doppler salía perfectamente bien (eso del doppler lo que estudia es que el flujo en las diversas arterias- umbilical, cerebral- sea correcto, es decir, que el feto se esté alimentando correctamente a través de la placenta). Fue él quien nos explicó que a veces ocurre que hay bebés que son más pequeños sin más, pero que otras veces lo que pasa es que dejan de crecer porque la placenta falla y que entonces hay que sacarlos para que se puedan alimentar mejor fuera de la madre.

     De vuelta al tocólogo a llevarle los resultados. Esta vez se vino mi marido conmigo y esta vez fue menos borde con nosotros (¿había tenido un mal día la otra vez? ¿le impresionó el papá del Gurruño?). Eso sí, se empeñó y se empeñó en que había que finalizar el embarazo porque la nena no estaba creciendo y la relación riesgo-beneficio inclinaba la balanza hacia que mejor fuera que dentro. Así que me dio unos papeles para que me hicieran monitores (no me sé el nombre técnico, es muy largo. Se trata de una prueba en la que te atan unas correas con unos sensores a la barrigota para ver si tienes contracciones y cómo va el latido del feto) y otros para que me evaluara Alto Riesgo.

(Inciso: lo de Alto Riesgo suena mucho más impresionante de lo que realmente es. Hay muchos embarazos que son de Alto Riesgo aunque vayan bien: los múltiples, los de madre adolescente, los de después de un par de abortos consecutivos,...).

     Cualquiera habría pensado que unos papeles que ponen URGENTE y Alto Riesgo nos habrían abierto algunas puertas. Pero en el GHP no se impresionan con cualquier cosa. Allí me di de bruces con la burocracia, con el "estos papeles no se hacen así". Después de mucho rogar conseguí que me hicieran los monitores al día siguiente. Volví al centro de salud y allí una chica encantadora me dijo que le dejara mi teléfono para llamarme cuando me consiguiera cita para Alto Riesgo. Lo logró, me consiguió cita para la semana siguiente. La monitorización estaba bien, así que me tranquilicé bastante.

     Sin embargo, mi madre no se quedó tranquila y a la mañana siguiente llamó al hospital y me consiguió cita para esa misma mañana. La tocóloga fue bastante amable aunque se puso un poco nerviosa porque los informes que me habían ido dando los médicos del seguro privado no eran como los que ella escribía. Me tomaron la tensión (aunque no era absolutamente alta, sí lo era comparada con mi tensión habitual), me dijeron que tenía proteínas en la orina (aunque no me dijeron qué implicaba eso) y algo no debió gustarle en la eco que me hizo porque me llevó a que otro de sus compañeros me hiciera otra eco. Este doctor es una de las personas a las que creo que tengo que estar agradecida, ya que se dio cuenta de que los intestinos  del Gurruño aún no estaban suficientemente maduros como para sacarla (menos mal, porque lo mismo si no la habrían sacado prematura). Era viernes, y la doctora quería que me citaran para diez días más tarde, pero la ecografia me la tuvieron que hacer el viernes siguiente porque para el lunes no había hueco.

     Volvió a tocarme el mismo doctor para la ecografia, que me miró sorprendido y me preguntó qué hacía allí otra vez. La única diferencia con la eco de la semana anterior fue que el líquido amniótico era escaso, pero ni me dio ninguna explicación ni me dijo que fuera grave, asi que pase el fin de semana tranquila esperando a la consulta con la tocóloga el lunes.

Mi embarazo (V): primeras señales de alarma

     En Navidad (más o menos a las treinta semanas) el Gurruño ya llevaba como tres semanas de retraso en el crecimiento. Al ecografista argentino se le notaba nervioso pero no soltaba prenda porque él sólo era ecografista. La ginecóloga tampoco parecía darle importancia. Pero, eso sí, ecografías de control todas las semanas. Y llegó la hora de volver a la Seguridad Social.

(Inciso: yo tengo Seguridad Social pero aparte me pago un seguro privado. ¿Por qué? Principalmente por comodidad, sobre todo para las revisiones periódicas - ginecóloga, otorrino,... Al principio del embarazo fui a ver a la tocóloga de la Seguridad Social que me correspondía y le pareció bien que los controles rutinarios me los hiciera el seguro privado. Como yo quería tener a mi bebé en Gran Hospital Público - a partir de ahora conocido como GHP o La Paz - porque a mis padres les daba más confianza me dio un volante para retomar mi historia a las 31-32 semanas, es decir, la semana de Reyes).

     Y allí que me fui con mi volante. Me hicieron una ecografía (el Gurruño de mayor va a ser modelo, creo que es la niña más fotografiada que conozco, al menos en su periodo prenatal) y me dieron cita con la tocóloga para un par de semanas después. Las cosas de la Seguridad Social van a su ritmo. 

     Como sólo iba a llevarle la ecografía y a ponerle al día, me fui yo sola. ¡En qué hora! La tocóloga tan amable que me había visto al principio del embarazo se había jubilado o la habían trasladado, y en su lugar había un señor (casualmente también argentino) que se dedicó a regañarme por haber tardado tanto en ir (??? fui cuando me dieron cita), porque cómo era que no habían detectado antes que la nena era pequeña (el que yo le llevara todas las ecos y los informes y le dijera que lo sabían desde hacía tiempo le dio igual. No miró los papeles que le llevaba ni me quiso escuchar) y, lo mejor de todo, porque la otra tocóloga había escrito el grupo sanguíneo de mi marido en mi historia y "eso no se hace" (tampoco le importó el que, en mi caso, se trata de un dato importante, pues mi Rh es negativo y el de mi marido es positivo). Al terminar la consulta le pregunté si me tenía que preocupar (los otros médicos no le daban mucha trascendencia, sólo me decían que hay bebés más grandes y bebés más pequeños) y me contestó muy airado (según yo lo recuerdo) que "por supuesto que me tenía que preocupar", aunque lo cierto es que tampoco me dijo por qué.

     Salí de la consulta llorando como una magdalena y con un volante para que me hicieran una eco doppler en Otro Hospital Grande (OHG) (intenté contarle que el ecografista argentino me hacía una de esas cada semana y que todo salía bien, pero tampoco me escuchó). Me fui a casa conduciendo ¡inconsciente! ¡Menos mal que no me pasó nada!

martes, 4 de septiembre de 2012

Mi embarazo (IV): segundo trimestre

     Una vez pasó la eco de las doce semanas y vimos que todo estaba bien, me relajé bastante. Me encontraba estupendamente y, además, había dejado de manchar así que, ¿qué más podía pedir?

     Bueno, un inicio de curso un poco menos estresante no habría estado mal. Cuando empezó septiembre ni siquiera tenía un centro asignado (ni yo ni otro millar de profes funcionarios de carrera). Después nos repartieron por zonas (norte, sur, este, oeste, coraz digo capital) y me tocó la zona sur, la última que había puesto en la solicitud de centros que se supone que tenían en cuenta para hacer las asignaciones. Una vez en el acto público nos hicieron aceptar sustituciones. Creo que no elegí del todo mal y acabé en Móstoles dando dos segundos de Bachillerato (y tres grupos de ESO) hasta Navidad. Espero que en consecuencia el Gurruño se haya aprendido bien las matrices y los determinantes.

     En cualquier caso, la cosa empezó a torcerse en la eco de las veinte semanas. La nena era dos semanas más pequeña de lo esperado, pero el ecografista (argentino para más señas) lo desestimó diciendo que "estaba mal datada" y que "no se puede sacar solomillo de un chicharrón" (o algo así, creo que se refería a que midiendo metro y medio lo normal es que mis bebés fueran pequeños). Puesto que él no le dio importancia, yo tampoco. Pero el asunto traería cola.

PD: lo de que fuera nena me hizo mucha ilusión aunque ya no me importaba tanto como en mi primer embarazo, en el que llegué a preguntarme si podría quererlo si fuera un niño. Ahora me parece una tontería pero en su momento llegué a pensar seriamente que el bebé que perdimos era un niño y que por eso no nació. Es fantástico lo de tener un sentimiento de culpa hiperdesarrollado y mucha imaginación.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Mi embarazo (III): primer trimestre

     Con el positivo en la mano empezaron los miedos a que el aborto se volviera a repetir. Estaba tan asustada que decidimos no decírselo a nadie hasta que pasara el primer trimestre. Ahora creo que quizá no fue una buena decisión pues ¿qué habría hecho si mis miedos se hubieran cumplido? ¿Consolarme yo sola sin más ayuda que la de mi marido? Vale que no es necesario publicarlo a los cuatro vientos pero probablemente sí que es conveniente que las personas de tu confianza y que te puedan dar apoyo lo sepan. 

     Por si fuera poco con mis propios temores, me pasé todo el primer trimestre con pequeñas pérdidas a las que mi ginecóloga no daba ninguna importancia. Para intentar minimizar mis ataques de nervios decidí estar en casa el menor tiempo posible, así que estuve una semana de crucero por el Mediterráneo, otra en la playa con mis padres y mis tíos, y otra en Cantabria con unas compañeras del instituto. ¡Alguna ventaja tenía que tener ser profe y que el dichoso primer trimestre me pillara en julio y agosto!

     Y al final llegó la ecografía de las doce semanas y todo estaba perfecto (bueno, todo no, el embrión era unos días más pequeño de lo que debía, pero se asumió que era porque mis ciclos son más largos), así que ya hicimos pública la noticia y yo me permití empezar a creerme que el embarazo iba a comtinuar.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Mi Gurruño tiene ¡nueve! abuelos

     Pues sí, mi Gurruño tiene nueve abuelos, aunque a unos les cueste más aceptarlo que a otros. ¿Cómo puede ser? Muy sencillo, os cuento.

     Por un lado mi madre tiene dos hermanas, y las tres han hecho siempre bastante piña. De hecho, a mis hermanos, a mis primos y a mí nos criaron un poco entre las tres: ahora me los llevo yo a todos a la playa, ahora nos vamos de viaje a tal sitio,... Así que ellas tres más sus tres maridos ya hacen seis abuelos.

     Por el lado de mi marido, su madre tiene un único hermano al que también está muy unida y que no tiene hijos ni pareja, así que también considera que el Gurruñito es su nieta. Con ellos dos y mi suegro completamos los nueve abuelos.

     Curiosamente ni los hermanos de mi padre ni los de mi suegro han mostrado el mismo interés en la nena ni de lejos, así que creo que la cuenta está completa.