En cualquier caso, unas seis semanas después apareció y volvió a su frecuencia habitual de unos 30-35 días (el que le puso el nombre de período era un gran humorista). Pasadas las tres reglas volvimos a ponernos y entonces me pasó algo que nunca antes me había pasado: me quedé afónica. Pero afónica del todo. Incluso llegué a pensar que si me atracaran por la calle no iba ni a poder pedir ayuda. En mi caso se considera enfermedad laboral (es lo que tiene intentar que treinta adolescentes te escuchen mientras explicas las ecuaciones de segundo grado, que si no puedes hablar es muy difícil hacer tu trabajo) y me dieron una semanita de baja. Recuerdo angustiosa la sensación de tener que patear el suelo o ir a tirarle de la manga a mi marido para que me hiciera caso. Pero más angustiosa fue aún la espera de la siguiente regla, pues me habían dado corticoides y me asustaba haber vuelto a atinar a la primera.
Los meses siguientes llegué a obsesionarme: calculaba la fecha de ovulación, tenía multitud de síntomas, me hacía tests de embarazo el día anterior al que me tenía que venir la regla (¡vaya un dinero más tontamente gastado!),... Además me sentía un poco presionada por una amiga que estaba buscando su segundo embarazo, a veces tuve la sensación de que era como una carrera a ver quién se embarazaba antes...
Al final fueron tres meses de intentos, que tampoco es tanto. El día que tenía que venirme la regla yo manchaba ligeramente pero raro, y además teníamos una boda superpuesta esa misma tarde. Los tacones me mataban y la comida no me entraba, así que yo estaba convencida de que era que sí a pesar de estar manchando. Había hecho un trato con mi marido de no hacerme el test hasta el lunes, y todavía el lunes la raya del positivo era tenue como un fantasma. Unos días más tarde se veía algo mejor así que ¡estábamos embarazados de nuevo!